Diferentes espacios o habitaciones imprimen asociaciones y sentimientos diferentes en nuestra conciencia. Un palacio nos transmite la sensación de la grandeza y el poder humanos; una sala de conciertos, tiempo estético compartido; una escuela, la experiencia de camaradería así como de triunfos y derrotas; un hospital, enfermedad y muerte pero también curación y recuperación; una iglesia o un claustro, el sentimiento de lo sagrado y también de transiciones vitales. Estas asociaciones están, evidentemente, ligadas a la experiencia de haber permanecido cierto tiempo en los respectivos lugares pero, sobre todo, estos sentimientos responden al hecho de que el ser humano edifica su ciudad de acuerdo con su condición: su mortalidad y fragilidad genera hospitales y cementerios, su capacidad de aprendizaje y la necesidad de socializar crea escuelas, la naturaleza política del hombre produce los distintos espacios del poder, el sustrato religioso de la persona se manifiesta en templos, etc. Por un lado, estos lugares tienen un sentido inherente a través del uso para el que están construidos. Por otro lado, la experiencia individual tiñe, de acuerdo con las vivencias concretas, el significado que cada persona otorga a determinado espacio. Las asociaciones mencionadas están, por tanto, ligadas a la experiencia -prefigurada a la vez que vivida- del lugar en cuestión. De esta manera, se desprende cómo el espacio exterior, objetivo, social, está conectado con el espacio interior, subjetivo, íntimo.
Hay una correspondencia esencial entre la experiencia de aprendizaje y una escuela, entre la sensación de poder y un palacio o entre el sentimiento de lo sagrado y una iglesia.
En la tradición filosófica cartesiana, la conciencia del yo se contrapone al ámbito exterior, al mundo accesible a los sentidos. Descartes vio en la autoconciencia subjetiva el fundamento contra el escepticismo, Kant potenció el subjetivismo al declarar la imposibilidad de conocer ”la cosa en sí”, y el idealismo alemán llegó a sostener la creación del mundo por el sujeto. En esta tradición de pensamiento, el protagonismo claramente pertenece al ámbito interior de la persona. Al fundar el conocimiento de manera unilateral en la conciencia humana, el mundo exterior aparece como algo dado únicamente en función de la misma. La conciencia del sujeto es el único absoluto, y por tanto la comprensión del mundo exterior se vuelve problemática. En última instancia, el subjetivismo lleva a la duda generalizada sobre la realidad del mundo exterior, esto es, precisamente al escepticismo que Descartes quería refutar. San Agustín acuñó la afortunada imagen de los ”vastos palacios de la memoria”, que designa la conexión entre el espacio interior y el exterior que la filosofía subjetivista posteriormente complicó. Por medio de esta metáfora, San Agustín expresa cómo el ámbito interior posee, en cierto sentido, las mismas cualidades que un gran espacio con un sinnúmero de habitaciones. Nuestra mente es como un edificio donde tienen su residencia percepciones, pensamientos y sentimientos, esto es, las experiencias vividas en el ámbito exterior interactúan con el ámbito interno.
Pues bien, las instalaciones de J. Ignacio Díaz de Rábago muestran, entre otras cosas, los múltiples pasajes existentes entre el ámbito interior y el exterior. En la serie de instalaciones bajo el título ”La Biblioteca de Babel”, Díaz de Rábago ilustra de manera sumamente sugerente la faceta abismal de una biblioteca cualquiera. Los libros que levitan -¿o caen?- hacia lo alto y amenazan con destruir el estricto orden de catalogación de una biblioteca, muestran cómo el individuo corre el peligro de perderse en la tradición cultural. Quizá sea factible que un lector diestro interiorice el contenido de una biblioteca dada, pero las referencias inscritas en los volúmenes de esa misma biblioteca, referencias que llevan a toda la historia de la cultura universal, excederían en cualquier sentido tanto la exterioridad como la interioridad de ese mismo lector. Por otro lado, la referencia al relato bíblico de la torre de Babel, también sugiere la continuidad entre lo interior y lo exterior. En el relato que aparece en el libro 11 del Génesis, se narra cómo del interior del hombre surge la ambición de alcanzar los cielos y cómo esa ambición se torna concreta, exterior, en forma de una gigantesca torre. Esta construcción es, no obstante, frustrada por intervención divina, y el espectador de la instalación ve expuesta la futilidad de ese sueño atemporal, que se manifiesta de tantas maneras exteriores, de ser dueño de todas las cosas.
De manera similar, la instalación “Habitación numerada II” muestra la porosidad entre el mundo interior y el exterior. La instalación remite, por una parte, a unos espacios exteriores muy concretos: a la ciudad de Gijón por medio de los colores verde y rojo, y al Principado de Asturias por medio de las cajas de sidra apiladas. Al mismo tiempo, los arcos y el área rectangular pertenecen a otro tipo de espacio pues remiten a la capacidad de la mente humana de pensar formas ideales. Que estas formas ideales nos lleguen a través de una anamnesis platónica, que las abstraigamos a partir del mundo sensorial o que las deduzcamos exclusivamente por medio de nuestra razón es, en este contexto, irrelevante. Es un hecho que la capacidad de pensar estas formas ocasiona la construcción de habitaciones como la presente, es decir, la edificación de espacios exteriores viene dada por nuestra posibilidad de concebir, gracias a nuestras facultades mentales, un espacio ideal, especulativo. Añadido a esto se encuentra, en esta instalación, la referencia a un espacio superior, por encima de la dualidad de lo interior y lo exterior. Este espacio trascendente es revelado por medio del eje vertical, las cajas de sidra apiladas, que, tal y como expresa el propio artista, remiten al eje del mundo, ese mítico centro del universo en torno al cual todo se mueve. Así, partiendo del espacio concreto (la instalación), el espectador es conducido al espacio trascendente (el eje del mundo) gracias a una facultad ubicada en el espacio interior (la capacidad de pensar las formas ideales). A su vez, esto es posible porque los tres niveles espaciales están inherentemente conectados.
Interioridad, exterioridad, ámbito trascendente, estos son los ejes sobre los que se articulan las instalaciones de Ignacio Díaz de Rábago. De esta manera, se muestra como un artista que no rechaza ”lo espiritual en el arte” (Kandinsky), a la vez que no rehúye ni de la sonrisa ni del ingenio como factores importantes en la realización de su obra. Así, su actitud lúdica nos transmite, en última instancia, un guiño humorístico que quizá sea el rasgo más característico de su obra.
Copenhague a 9 de Septiembre de 1996 |